Cambia tu forma de vestir y cambiarás el mundo

Rafa Martín
Exconsultor en Aprendizaje
motomorfosis.es

Catalunya se enredó en la revolución de las máquinas con la industria textil. No fueron pocas las familias catalanas emprendedoras que, en forma de pequeñas y medianas empresas, fueron dibujando un panorama industrial emergente cuyo retorno serviría después cómo base para que otras fábricas e iniciativas prendiesen exitosamente. Aunque lo del vestir y sus complementos ha sido y es vocación y negocio importante para tradicionales y nuevos emprendedores catalanes.

Pero, sacudida por las provocadas olas de la moda y el consumismo, hoy, la industria textil tiene un tremendo impacto en el planeta. En muchas dimensiones la moda se ha consolidado como una de las actividades humanas más tóxicas. La ropa barata, por los precios en caída libre durante las dos últimas décadas, es una de las causas de que un barcelonés medio, por ejemplo, tenga seis veces más ropa que su abuelo medio. Acumular ropa se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos del homo consumus, una costumbre, una terapia contra la ansiedad…Pero tiene consecuencias, y son serias.

La tendencia a consumir compulsivamente ropa de usar y tirar es empujada por la moda y el marketing para que sintamos que nuestra imagen necesita actualización. Las nuevas tecnologías de la persuasión nos acosan en un mundo de redes sociales en el que la imagen lo es todo. Y luego está la fascinación de la compra, y el subidón, aunque la cuota de felicidad experimentada decaiga rápido. De todas formas, aunque quisiéramos negarnos a seguir la moda, la baja calidad de las prendas hace que podamos usarla poco, el desgaste es rápido, demoledor.

En los países donde no hay legislaciones y controles rigurosos, la gran mayoría en los que producen ropa barata, las fábricas textiles arrojan directamente a los ríos las aguas residuales. De sus fábricas a la naturaleza sin el más mínimo tratamiento previo, mercurio, plomo o arsénico, entre otras, llegan a los ríos para desembocar a los mares en cantidades industriales, cada temporada.

Actualmente en este planeta, solo dedicadas al cultivo del algodón, hay unos treinta y cuatro millones de hectáreas que se fertilizan químicamente contaminando mucho las aguas de escorrentía y evaporación. Buena parte de estos millones de hectáreas son zonas secas que llegan a necesitar hasta 20.000 litros de agua para producir un solo kg de algodón.  Después, según cálculos de la Water Footprint Network, producir un pantalón vaquero requiere en la fábrica, unos 10.000 litros de agua. Una camiseta sencilla unos 2.000 litros y unas zapatillas deportivas unos 4.400 litros…

Lavar tanta ropa también suma al proceso. Detergentes y productos varios al margen, las fibras sintéticas, como el poliéster o el nailon, utilizadas en el 72 % de la ropa industrial, son fibras de plástico no biodegradables que pueden tardar hasta 200 años en descomponerse. Cada vez que lavamos una prenda sintética se liberan en el agua alrededor de 700.000 microfibras que van a parar al mar.

Y el deshacernos de tanta ropa más de lo mismo. Una familia media europea tira unos 30 kg de ropa cada año. Solo el 15 % se recicla o se dona, el resto va directamente al vertedero o es incinerado. En esta contaminante modalidad de incinerar, las empresas de moda de alta gama queman, cada año, cantidades indecentes de ropa, bolsos y demás. Para salvaguardar la reputación de su marca, impidiendo que se venda a precios reducidos y caiga en manos de indeseables depredadores de gangas.

Así, la sueca H&M es acusada, según una investigación del programa de TV Operation X, de quemar más de 60 millones de toneladas en los últimos años. Burberry, en los últimos cinco años ha quemado alrededor de 100 millones de euros. Louis Vuitton quema cada año todos sus bolsos que han quedado sin vender. La lista es larga, el 15% de la ropa fabricada, nunca se utiliza y acaba destruida, contaminando más todavía para hacer inútil toda la contaminación anterior.

Parece obvio que nuestro global modelo de negocio textil también necesita una reingeniería tan urgente como global. En esa transformación total los consumidores estamos involucrados. Podemos dejarnos enredar o ser activos, provocar el cambio. La moda sostenible es algo más que una etiqueta vinculada al comercio justo y la responsabilidad social. La ropa barata y de baja calidad implica salarios paupérrimos y condiciones de trabajo inhumanas. La irresponsabilidad corporativa deteriora el planeta y compromete el futuro. Podemos hacer algo más que dejar un voto cada 4 años.

Fábrica textil de Bangladesh

Tomar conciencia debe tener consecuencia, como apostar por ropa de calidad, por empresas responsables que fabrican con eficiencia, respetan la legislación medioambiental y pagan precios justos a sus trabajadores, o por la proximidad que evita contaminación por transporte y distribución.

Las tecnologías de última generación pueden ayudar a la transparencia empresarial, para que los ciudadanos consuman más responsablemente. Como el modelo de negocio de IOU Project, marca fundada por la diseñadora Kavita Parmar, que sigue la trazabilidad de la ropa y, gracias a un código QR, permite al cliente conocer quién ha confeccionado cada prenda, dónde se ha plantado el algodón, qué artesano lo ha tejido y quién lo ha teñido.

Pero parece que no será suficiente si no cambiamos también nuestra manera de gestionar nuestras necesidades y hábitos de consumo. No comprar más ropa de la que realmente necesitamos o no seguir la moda como borregos, son exigentes cambios de comportamiento para cualquier ciudadano medio. Practicar el intercambio o comprar segunda mano, pueden ser opciones puntuales que pueden sumar a la causa, pero dan para lo que dan. Una actitud es un destino y no olvides que: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.