
Joaquín Asensio
Economista
Ex Subdirector General en el Puerto de Barcelona
Por mucho que se hubiera avisado con antelación de los problemas que podía provocar una epidemia de las características del coronavirus en un mundo global, con excepción de menos de una quincena de países en el mundo, nos ha cogido al resto despistados. Sin un plan, sin recursos sanitarios, sin reservas de medios de protección y contención. Se han tomado una serie de medidas tarde, improvisadas, algunas contradictorias, que no han evitado que la pandemia haya desarrollado todos sus efectos contagiosos. Las consecuencias son graves para la salud y para la economía. Parece contradictorio que en los presupuestos públicos se destinen cantidades ingentes de recursos para la defensa, en prevención de una posible “guerra remota”, y no hayamos sido capaces de diseñar de antemano un plan y disponer de una reserva de recursos, para poder paliar un riesgo sanitario de esta naturaleza. Es una pena que la política funcione siempre con una orientación a tan corto plazo (el ciclo electoral).
Cuando las cosas van bien, generalmente vivimos absortos en el “día a día” y la preocupación por los temas más o menos trascendentales es bastante escasa. Las crisis son momentos de reflexión, son situaciones en las que hay un cambio de tendencia en nuestra vida. Especialmente la situación actual que nos lleva a la paralización de nuestra actividad cotidiana, a nuestro aislamiento y confinamiento, es un estímulo para reflexionar sobre muchas cosas; pues a mí también me ha dado por reflexionar y a continuación les expongo algunas ideas.
Tengo la más profunda convicción que el objetivo último de la política y de la economía es el de contribuir al bienestar de los ciudadanos. Este bienestar tiene que estar basado en la cobertura de sus necesidades básicas, en un entorno de libertad y de derechos civiles y democráticos. Creo que la mayoría podemos compartir nuestro deseo de construir un mundo de personas libres, responsables, formadas, independientes, con autoestima, con igualdad de oportunidades, solidarias y conscientes de sus derechos y deberes. Esto es prácticamente imposible si no disfrutan de un determinado nivel de bienestar. También es imposible en sociedades con desigualdades profundas.
La economía tradicional se ha centrado fundamentalmente en la creación de riqueza. Tiene su explicación: la creación de riqueza es necesaria para que las personas puedan cubrir sus necesidades básicas y este ha sido el problema histórico de la Humanidad. El progreso tecnológico, el incremento de productividad, las mejora en la administración de los recursos económicos, etc., nos ha llevado a que el Mundo es ahora, en su conjunto, más rico que en ninguna época de su historia. No obstante, en el siglo XXI, cabría preguntarse: ¿generar riqueza sobre riqueza debe ser el objetivo último?
Bienestar y riqueza se les consideran términos sinónimos, pero no son lo mismo cuando los analizamos desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto. Una sociedad puede ser rica pero no, por ello, necesariamente aporta bienestar a sus ciudadanos. Hace unas décadas se utilizaba con mucha profusión el concepto de la renta per cápita de cada país, para distinguir los países ricos de los pobres. Ello daba lugar a una clasificación de los países, a partir de un nivel se entendía que un país era desarrollado (rico) o en vías de desarrollo (pobre) – se daba por hecho que el desarrollo iba a llegar a todos los países -. Se equiparaba, entonces, el nivel de renta per cápita con el nivel de vida de los ciudadanos. Con este criterio se producían paradojas como que uno de los países de mayor renta per cápita de África era Guinea Ecuatorial, cuando toda la renta del país la tenía su presidente y familia y el resto de la población vivía en la más absoluta pobreza. En definitiva, es tan importante conocer la riqueza de un país como su distribución.
El bienestar está compuesto de muchos elementos [1], algunos no estrictamente económicos, como la salud o la seguridad, pero es obvio que es incompatible con la pobreza. Nos podríamos preguntar: ¿cual es el nivel mínimo de ingresos que debe tener una persona para que pueda empezar a disfrutar del bienestar? Una primera aproximación sería, como mínimo, el necesario para que las personas financien todas sus necesidades básicas, dentro del contexto social en que se encuentran. Entendiendo esas necesidades como las condiciones habituales de vida de la sociedad en la que se integran. Por ejemplo, hace 50 años no se consideraba habitual en todas las familias europeas disponer de un coche, hoy en día – ¿no sé si mañana? -, forma parte de las necesidades básicas de dichas familias, junto con otras posesiones, servicios y suministros, que son consideradas imprescindibles y que no lo eran antes o no lo son en otras sociedades y continentes. No es compatible el bienestar de una sociedad con unas amplias bolsas de pobreza.
Por lo tanto, si coinciden conmigo que debemos exigir a los gobiernos que desarrollen políticas para mejorar el bienestar de sus ciudadanos, conviene saber como nace históricamente este concepto en la política y en la economía. El llamado “estado del bienestar” surge en Europa con motivo de su reconstrucción, a partir de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo era hacer crecer la economía para recuperar los niveles de vida precedentes, pero los líderes políticos de la época eran conscientes de que no tenían que reproducirse las causas que habían motivado las dos anteriores guerras. Por otra parte, se iniciaba la “guerra fría” y el auge del socialismo en el mundo bajo la influencia soviética. Este auge representaba una amenaza como alternativa de modelo de sociedad para las clases trabajadoras de Europa. Por lo tanto, era fundamental que el crecimiento de le economía en la Europa Occidental se produjera sin grandes desequilibrios sociales. Era necesario establecer una cierta protección de las capas más desfavorecidas que evitara los conflictos entre clases. El estado del bienestar no era el objetivo sino un medio para conseguir el crecimiento de la economía: para crecer y crear riqueza era necesario mantener la paz social. De alguna forma se puede decir que el bienestar no ha sido nunca el objetivo principal del llamado estado del bienestar. El bienestar estaba supeditado al crecimiento.
El estado del bienestar es propio de la sociedad europea y, salvo pequeñas excepciones, Europa es una “isla” en el Mundo. Pero, desde hace un tiempo, este concepto está en riesgo de extinción al considerarlo incompatible con el crecimiento de la economía. La globalización ha hecho que las desigualdades sociales representen una ventaja competitiva para determinados países en detrimento de los que son socialmente más justos. Como solución a esta situación, se quieren proponer soluciones “ultraliberales” bajo la consideración de que son las más eficaces para favorecer el crecimiento económico. El argumento es siempre el mismo: “debemos crecer para crear riqueza y luego repartirla”, la promesa histórica de siempre. Pero, como ya les demostré en un anterior artículo, el resultado está siendo el incremento de las desigualdades.
Hace tiempo que sabemos que el crecimiento por el crecimiento no tiene sentido, se está poniendo en riesgo el Planeta y a las generaciones futuras. El cambio climático está cada vez más presente a pesar de que algunos todavía son capaces de negarlo. La naturaleza se deteriora constantemente por intereses poderosos que la quieren explotar hasta sus últimas consecuencias. Escondemos nuestras “basuras” en Occidente, pero nos conformamos en consumir productos baratos basados en la producción en países pobres donde no hay ningún derecho hacia las personas y ninguna protección del medio ambiente.
La crisis actual provocada por la pandemia del coronavirus, ha puesto mucho más patente las contradicciones de nuestro modelo de crecimiento. No es la primera vez, la crisis anterior también las evidenció, pero quizás no quisimos verlas, al contrario, se volvió a poner en duda el estado del bienestar y se creó desde entonces la ficción de que no es sostenible (la sociedad no puede financiar los costes que representa la sanidad, la educación, la asistencia social, las pensiones, etc.). Todo esto se hizo mientras no había ninguna objeción en destinar volúmenes importantes de recursos para salvar el sistema financiero.
Quizás lo que corresponde ahora es fijar, como principal objetivo de la economía, el de promover el bienestar a los ciudadanos y supeditar a ello el crecimiento. Ya no se trata de crecer por crecer, se trata de distribuir la riqueza, el Estado debe intervenir en la economía para facilitar y promocionar los elementos básicos que constituyen el bienestar: medio ambiente, salud, seguridad, ingresos, vivienda, empleo, educación, satisfacción, compromiso cívico, balance vida-trabajo, comunidad, etc.
El problema de este planteamiento es que abandonar el objetivo del crecimiento por el crecimiento entra en contradicción con el sistema capitalista. El motor de este sistema es el lucro. El afán de lucro es lo que mueve los mercados. Para que funcione el lucro las decisiones de los agentes económicos deben ser adoptadas bajo el criterio de rentabilidad y en este criterio está implícito el crecimiento. El “driver” del crecimiento económico, en nuestro sistema, es tan relevante que cuando se agota se producen las crisis económicas. Por eso el sistema funciona mediante crisis cíclicas.
No se si hay algo mejor que nuestro actual sistema económico, pero conviene reflexionar para “reinventarlo” para que el objetivo principal deje de ser el crecimiento por el crecimiento y se dirija a proveer el bienestar a los ciudadanos. Esto es lo que toca y, como dije, la desgraciada crisis actual puede servir, como mínimo, para replantearnos muchas cuestiones pendientes que no nos atrevíamos a abordarlas.
Como conclusión, trasladarles mi convicción de que la solución para la salida de la crisis actual no es la de sacrificar el estado del bienestar, como empezaremos a oír pronto en algunos foros de opinión o a sentir directamente como desaparece cuando se acaben las medidas urgentes y vengan los ajustes, sino de abundar mucho más en él. ¿Si para ello es necesario mayor intervención del sector público en la economía?, ¡¡pues que sea!!.
[1] Para los que quieran abundar en este tema, es recomendable seguir los informes de la OCDE denominados “¿Cómo va la vida?”, donde se describen los principales parámetros del bienestar según los criterios de la institución.