
Joaquín Asensio
Economista
Ex Subdirector General en el Puerto de Barcelona
De las primeras cosas que aprendes, cuando inicias los estudios en Economía, es que la política económica implica la decisión entre diferentes alternativas en la utilización de los recursos. Es un concepto abstracto, pero, en definitiva, estas decisiones las tomamos cotidianamente los individuos, las empresas y los gobiernos, muchas de las veces sin ser conscientes que las tomamos. Cuando optamos entre ahorro o gasto, entre gastar en una cosa u otra, etc. En el caso de los gobiernos, cuando deciden gastar más en sanidad que en carreteras o en educación o en otros conceptos.
En el trasfondo de estas decisiones siempre hay aspectos éticos, pero la crisis del coronavirus las aflora de forma descarnada: decidir entre vidas y economía.
Esta decisión no se traslada tan directamente al debate político, pero está implícito en las diferentes estrategias de afrontar la pandemia del coronavirus. La preocupacion de los gobiernos, obviamente, es salvar las vidas de sus ciudadanos, pero esta decisión parece que algunos la ponderan en relación al coste económico que puede representar en padecer, durante los próximos meses o años, una crisis económica más o menos intensa.
Todos damos por descontada la crisis sanitaria y económica, la decisión estriba en su ponderación, es decir: en qué medida será más una que otra. Este tema no es neutral, como demostraremos a continuación.
Cuando sentimos hablar a los técnicos epidemiológicos sobre la evolución de la curva de contagios y las medidas a adoptar, es patente que hay diferentes alternativas. Aparte de las medidas profilácticas de protegerse, lavarse las manos etc, en la base de las soluciones al contagio, la medida esencial es el confinamiento y este puede comportar diferentes niveles en cuanto a la intensidad de la actividad económica y en cuanto al cierre de los territorios con mayor contagio.
Entre las motivaciones que aducen los técnicos para este confinamiento, la principal preocupación es que el nivel de contagio de la enfermedad no supere la capacidad del sistema sanitario y, por ello, se refieren a la necesidad del aplanamiento de la curva de contagios. En definitiva, perdonen la crueldad en esta exposición, se puede establecer tres tipos de individuos contagiados:
- Los que si se contagian van a morir irremediablemente, aquellos que, por sus circunstancias personales o etiológicas, edad o enfermedades previas, tienen una probabilidad muy alta de mortalidad, independientemente de los recursos sanitarios que puedan ponerse a su disposición.
- Los que si se contagian no van a tener prácticamente síntomas o serán muy leves y pasado un periodo se van a recuperar. Estos prácticamente no van a hacer uso de los recursos sanitarios.
- Los que si se contagian va a sufrir graves consecuencias y van a precisar un alto uso de recursos sanitarios: hospitalización, personal sanitario, UCI, etc.
Para la supervivencia de estos últimos es fundamental que la curva de contagio sea aplanada y que no supere el nivel de recursos sanitarios a disposición. En la medida que puedan ser atendidos convenientemente su mortalidad será más alta o baja.
Aquí, en este punto, es donde se centra la decisión: entre económica o vidas.
Desde el punto de vista estrictamente económico el deseo sería que esta crisis sanitaria durara el menor tiempo posible y tuviera el mínimo impacto en la actividad económica. Es obvio que en la medida de que el proceso de confinamiento y de inactividad sea más largo hay que esperar un mayor impacto en la economía. En el extremo de esta decisión encontramos el posicionamiento inicial del Gobierno de Boris Johnson en el Reino Unido, que proponía no adoptar ninguna medida de confinamiento y esperar que la curva de contagios fuera puntiaguda y pasara rápido. Posteriormente ha ido cambiando este planteamiento, suponemos que consciente del coste político, en cuanto a estadísticas de muertos, que podría representar esta decisión.
En el otro extremo tenemos como ejemplo las decisiones del Gobierno chino en relación a la región de Wuhan, en la que, tras muchas contradicciones, finalmente adoptó la decisión de su confinamiento territorial y la inactividad prácticamente total. Hay que remarcar que con ello ha conseguido, por lo menos de momento, que no se extendiera el contagio a todo el territorio chino y que, parece, según las noticias que nos transmiten, que se está superando la crisis epidemiológica.
El problema es que la decisión sobre la estrategia de los gobiernos no se puede medir en términos económicos, ya que es una decisión básicamente ética: ¿Cuánto vale una vida en términos económicos?, seguramente un actuario podría dar un valor, pero éste no debe servirnos. Una vida tiene un valor infinito, de lo contrario que se lo pregunten al que la pierde.
Por todo ello, pienso que los gobiernos deberían ser claros y en lugar de hablarnos en términos patrióticos y grandilocuentes, nos deberían decir en que posición se encuentra su estrategia en la escala entre vidas y economía.