
Rafa Martín
Exconsultor en Aprendizaje
Todo grupo humano, independientemente de su tamaño, estructura y misión, tiene un conjunto de normas, valores, creencias, mitos y relatos que les caracterizan y les pautan a pensar de determinada manera, a comportarse según ciertos estándares. Su particular visión del mundo. La cultura de una civilización, de un pueblo o región, o la cultura corporativa es una red artificial que se torna más compleja a medida que el grupo adquiere tamaño y se enfrenta a un entorno más inconstante.
Los animales, y nosotros por la parte que nos toca, disponemos de un conjunto de mecanismos adaptativos incorporados en nuestro ADN. Estos mecanismos son elementos de adaptación al entorno, pero sus cambios genéticos necesitan cientos de años para evolucionar. La cultura, sin embargo, puede cambiar con mayor facilidad y eso es, precisamente, lo que diferencia nuestra adaptación de las demás especies, nos hace mucho más rápidos, eficientes y capaces de cooperar masivamente.
La cultura, mientras más compleja y sofisticada más complicado resulta cambiarla, pero muta en respuesta a los cambios del entorno, por interacción con otras culturas o, simplemente enfrentándose a sus propias contradicciones y dinámicas internas. Se podría decir que está en un flujo constante, no puede evitar el cambio. Es el flujo de la Historia.
Desde hace ya unos cientos de años no quedan culturas puras y todos andamos enredados en un proceso de homogeneización cultural cada vez más marcado y que últimamente hemos bautizado como globalización, proceso en el que el dinero se ha convertido en el mayor colonizador de la Historia. Pero eso es otra historia, o quizás solo otro capítulo que tal vez te cuente próximamente.
Sea como sea, todas las culturas actuales, territoriales o corporativas, se enfrentan a un conjunto de cambios en el entorno que les van a exigir poner en juego toda su maleabilidad y competencia adaptativa, quizás como nunca antes.
El cambio climático ha impulsado un enorme cambio de valores y pautas de conducta en muchas organizaciones y países. Los efectos que provocará la contaminación masiva del planeta son ya una evidencia muy amenazadora y prometen dejar a la actual pandemia por coronavirus a la altura de un simple resfriado planetario comparado con el cáncer sistémico y mortal de necesidad que nos obligará a cambiar, en breve y drásticamente, nuestro modelo industrial, económico y social.
El cambio tecnológico, una constante en crecimiento exponencial, ha alcanzado hoy un punto tal de desarrollo que nos obligará adaptarnos más rápidamente de lo que quizás nos creíamos capaces. La inteligencia artificial no será una herramienta más, es ya algo nuevo, distinto y disruptivo respecto a la inteligencia humana, capaz de revolucionar la automatización y la biogenética o la nanotecnología hasta cambiar a nuestra especie en algo totalmente diferente a lo que hemos sido desde nuestros principios hace unos 2,5 millones de años.
La cultura es la principal palanca del cambio y del aprendizaje colectivo, sin embargo, aunque la presión del entorno promete apretar como nunca, la capacidad de enfrentarse a las contradicciones internas parece que será la clave de la adaptación. Las culturas que sean capaces de resolver sus propios conflictos se adaptarán, las que no, simplemente fracasaran.
Identificar las contradicciones y conflictos no es una tarea sencilla, requiere, ante todo de pensamiento crítico y eso es algo contra lo que cualquier cultura se protege. Un mecanismo de defensa para que los valores, creencias, normas y relatos oficiales prevalezcan. Pero el cambio propone muchas veces que aquellos valores y comportamientos que nos llevaron al éxito durante años y décadas, ya no sean válidos para asegurar la adaptación y perpetuarse, incluso puede que sean la debilidad más flagrante.
Como las personas, las culturas suelen vivir el cambio con miedo, como una amenaza, y la crítica, como algo que desestabiliza el consenso y la armonía. La alergia al pensamiento crítico es un miedo muy común en la mayoría de los grupos humanos, hasta el punto que ha sido erradicado de nuestros sistemas educativos, de nuestras organizaciones… Los individuos críticos se consideran subversivos, díscolos, peligrosos.
Pero tanto para la innovación como para una eficaz respuesta al cambio, el pensamiento crítico debe estar incorporado en el proceso de toma de decisiones, en la cultura. Solo con él serán posibles las mejores decisiones. Que nos aplaudan los espejos suele ser la mejor manera de caer en la autocomplacencia, en la creencia de que lo que hemos hecho siempre, y no nos ha ido tan mal, es lo mejor que podemos seguir haciendo, en el error de no evaluar todas las opciones y contradicciones para cambiar radicalmente lo que haya que cambiar.
Hemos crecido mucho a base de éxitos, pero hemos aprendido poco de nuestros errores que no han sido pocos ni minúsculos. Evitar el conflicto es negar el cambio y la oportunidad, desaparecer del guion de la Historia. Organizaciones, países y civilizaciones se encuentran hoy en una encrucijada histórica en la que necesitan como nunca reincorporar el pensamiento crítico que desterraron sistemáticamente, para cuestionarse no solo estrategias, sino el mismo rumbo de la globalidad humana.